Karl Marx luchó por la libertad

Kevin B. Anderson

Los conservadores calumnian a Karl Marx. Marx no solo fue un activista toda su vida contra la esclavitud, sino que apoyó los esfuerzos de todos los que se organizaron para luchar contra ella.

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G. Buster

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El año pasado se cumplió el 400 aniversario de la llegada de los primeros africanos esclavizados a Virginia. Aunque este sombrío evento se está discutiendo ahora de manera profunda y detallada, los principales medios de comunicación no suelen destacar el carácter particularmente capitalista de la forma moderna de esclavitud del Nuevo Mundo, un tema que atraviesa la crítica de Marx al capital y sus extensos análisis del capitalismo y la esclavitud.

Marx no vio la esclavitud a gran escala de los africanos por parte de los europeos, que comenzó a principios del siglo XVI en el Caribe, como una repetición de la esclavitud romana o árabe, sino como algo nuevo. Combinaba formas antiguas de brutalidad con la forma social moderna por excelencia de producción de valor social. La esclavitud, escribió en un borrador para El Capital, alcanza “su forma más odiosa … en la situación de producción capitalista”, donde “el valor de cambio se convierte en el elemento determinante de la producción”. Esto lleva a la extensión de la jornada laboral más allá de todo límite, literalmente obligando a trabajar hasta la muerte a las personas esclavizadas.

Ya fuese en América del Sur, el Caribe o las plantaciones del sur de los Estados Unidos, la esclavitud no fue algo periférico sino central del capitalismo moderno. El joven Marx teorizó esta relación en 1846 en La pobreza de la filosofía , dos años antes del Manifiesto comunista :

“La esclavitud directa es tanto el eje sobre el que gira nuestro industrialismo presente, como lo son la maquinaria, el crédito, etc. Sin la esclavitud no habría algodón, sin algodón no habría industria moderna. Es la esclavitud la que ha dado valor a las colonias, son las colonias las que han creado el comercio mundial, y el comercio mundial es la condición necesaria para la industria mecanizada a gran escala. La esclavitud es, por lo tanto, una categoría económica de suma importancia”.

Tales vínculos entre el capitalismo y la esclavitud impregnaron la totalidad de los escritos de Marx. Pero también consideró cómo diversas formas de resistencia a la esclavitud podrían contribuir a la resistencia anticapitalista. Especialmente antes y durante la Guerra Civil de los Estados Unidos, cuando apoyó fervientemente la causa antiesclavista.

Una forma de resistencia que Marx estudió fue la de los afroamericanos esclavizados. Por ejemplo, tomó muy en serio el ataque sin precedentes de 1859 contra un arsenal en Harper’s Ferry por militantes antiesclavistas, tanto blancos como negros, bajo la dirección del abolicionista radical John Brown. Si bien el ataque no logró desencadenar la insurrección de esclavos que los militantes antiesclavistas esperaban, Marx estuvo de acuerdo con otros abolicionistas en que fue un hecho trascendental, después del cual no habría posible marcha atrás. Pero hizo además una comparación internacional con los campesinos rusos y enfatizó la autoactividad de los afroamericanos esclavizados, en su potencial continuo de insurrección masiva:

“En mi opinión, lo más trascendental que ocurre hoy en el mundo es, por un lado, el movimiento entre los esclavos en Estados Unidos, iniciado por la muerte de Brown, y el movimiento entre los esclavos en Rusia, por el otro … Acabo de leer en el [New York Daily] Tribune que ha habido un nuevo levantamiento de esclavos en Missouri, naturalmente aplastado. Pero la señal ya se ha dado”.

En esta coyuntura, Marx parecía intuir que una insurrección masiva de esclavos sería esencial para la abolición, y quizás algo más en términos de desafiar el orden capitalista en sí. Poco después, cuando el Sur se separó y estalló la Guerra Civil, ofreció su apoyo a la causa del Norte, aunque con fuertes críticas a Lincoln por su vacilación inicial para defender, y no hablemos para promulgar, la abolición de la esclavitud o el alistamiento de tropas negras.

Durante la guerra, surgió una segunda forma de resistencia al capitalismo y la esclavitud, no en los Estados Unidos, sino en Gran Bretaña. Mientras que las clases dominantes de ese país ridiculizaban a Estados Unidos como un experimento fallido de gobierno republicano e incluso atacaron a Lincoln como un plebeyo mal educado, las clases trabajadoras británicas vieron las cosas de manera diferente. Cuando aún luchaban por el sufragio universal sin que el derecho de voto estuviera condicionado a disponer de importantes propiedades, los trabajadores vieron a los Estados Unidos como la forma de democracia más amplia que existía entonces, especialmente después de que el Norte se comprometió a abolir la esclavitud.

Como Marx informó en varios artículos, las reuniones masivas organizadas por los trabajadores británicos ayudaron a bloquear los intentos del gobierno de intervenir a favor del Sur. En este magnífico ejemplo de internacionalismo proletario, los trabajadores británicos rechazaron los intentos de varios políticos de fomentar la animosidad hacia el Norte sobre la base de que los bloqueos de la Unión habían reducido los suministros de algodón, creando así un desempleo masivo entre los trabajadores textiles de Lancashire. Como Marx señaló en un artículo de 1862 para el New York Tribune,

“Cuando una gran parte de las clases trabajadoras británicas sufre directa y severamente bajo las consecuencias del bloqueo del Sur; cuando otra parte se ve indirectamente afectada por la reducción del comercio estadounidense, debido, como se les dice, a la “política protecionista” egoísta de los republicanos [de EEUU] … en tales circunstancias, la mera justicia requiere rendir homenaje a la actitud sensata de las clases trabajadoras británicas, más aún cuando se compara con la conducta hipócrita, intimidatoria, cobarde y estúpida del oficial y adinerado John Bull”.

En 1864 se había formado la Primera Internacional y muchos de sus primeros activistas fueron los organizadores de esas reuniones antiesclavistas. En este sentido, el movimiento antiesclavista de la clase trabajadora ayudó a formar la organización socialista más grande que Marx lideraría durante su vida.

Cuando terminó la guerra, la Reconstrucción Radical estaba al orden del día en los Estados Unidos, incluida la posibilidad de dividir las antiguas plantaciones de esclavos en lotes de cuarenta acres y una mula para entregarlos  a los antiguos esclavos. En el prefacio de 1867 de El Capital, Marx celebró estos acontecimientos: “Después de la abolición de la esclavitud, una transformación radical en las relaciones existentes entre el capital y la propiedad de la tierra está al orden del día”. Pero no fue posible, porque fue bloqueada por las fuerzas moderadas en el Congreso de los Estados Unidos.

A raíz de la Guerra Civil, Marx discutió una tercera forma de resistencia al capitalismo y la esclavitud, pero también al racismo, nuevamente en los Estados Unidos. Creía que siglos de trabajo esclavo negro junto con trabajo blanco formalmente libre habían creado grandes divisiones entre la gente trabajadora, tanto urbana como rural. La Guerra Civil había barrido algunas de las bases económicas de esas divisiones, creando nuevas posibilidades. De nuevo en El Capital, analizó esas posibilidades con evidente deleite, escribiendo su frase más importante sobre la dialéctica de la raza y la clase, aquí en cursiva:

“En los Estados Unidos de América, todo movimiento obrero independiente quedó paralizado mientras la esclavitud desfigurara una parte de la república. El trabajo en una piel blanca no puede emanciparse cuando está marcado a fuego en una piel negra. Sin embargo, surgió nueva vida inmediatamente de la muerte de la esclavitud. El primer fruto de la Guerra Civil estadounidense fue la agitación por la jornada de ocho horas, que se extendió desde el Atlántico hasta el Pacífico, desde Nueva Inglaterra hasta California, con las botas de siete leguas de la locomotora. El Congreso General del Trabajo celebrado en Baltimore en agosto de 1866 declaró: “La primera y gran necesidad del presente, para liberar al trabajo de este país de la esclavitud capitalista, es la aprobación de una ley por la cual la jornada normal de trabajo será de ocho horas en todos los estados de la Unión Americana. Estamos decididos a desplegar todas nuestras fuerzas hasta que se logre este glorioso resultado”.

Sin duda, los líderes sindicales de 1866 estaban dispuestos a atacar directamente al capitalismo, algo que no sería tan común más tarde en los Estados Unidos. Sin embargo, el sueño de Marx de la solidaridad de clases más allá de las barreras raciales no se logró entonces, debido a la renuencia a incluir a los trabajadores negros como miembros de pleno derecho en los sindicatos blancos. El tipo de solidaridad entre razas que imaginó Marx ha surgido desde entonces en algunas ocasiones a gran escala, sobre todo en las campañas de sindicalización masiva de la década de 1930.

Cuatrocientos años después de que los africanos esclavizados llegasen por primera vez a Virginia, los afroamericanos continúan experimentando el legado de la esclavitud en condiciones de encarcelamiento masivo, racismo institucionalizado tanto en la vivienda como en el trabajo, y una creciente brecha de riqueza.

Al mismo tiempo, nos enfrentamos a la administración más reaccionaria y anti-obrera de la historia de los EEUU, una administración que fomenta y alimenta el racismo y la misoginia más abominable a la búsqueda del apoyo de sectores de la clase media y trabajadora. En este sentido, la declaración de Marx, “El trabajo de una piel blanca no puede emanciparse cuando está marcado a fuego en una piel negra”, sigue siendo una idea tan relevante hoy como hace 150 años.

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