El eje Trump-Putin y su repercusión en la política mundial
Summary: Spanish version of article published here: https://imhojournal.org/articles/the-trump-putin-axis-and-its-impact-on-global-politics/; first translated in Vientosur: https://vientosur.info/el-eje-trump-putin-y-su-repercusion-en-la-politica-mundial/ — Editors
La forja por parte de Donald Trump de una alianza política con Vladímir Putin en detrimento de la lucha de Ucrania por su autodeterminación tal vez no fuera totalmente inesperada, pero su rapidez y amplitud comportan un cambio radical de la política mundial. Nada muestra este cambio de manera más contundente ‒y dramática‒ que la bronca pública que vertieron Trump y C.D. Vance sobre el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, el 28 de febrero en lo que supuestamente debía ser una breve rueda de prensa previa a una reunión a puerta cerrada para negociar las condiciones para finalizar la guerra.
En una descarada escenificación de arrogancia imperial, Trump y Vance convirtieron la sesión en una trifulca a gritos cuando insultaron y amenazaron a Zelenski por afirmar lo que es evidente, a saber, que no se puede confiar en Putin y que cualquier acuerdo de paz requiere garantías de seguridad para Ucrania. Trump suspendió acto seguido toda conversación ulterior con Zelenski y le ordenó que abandonara de inmediato el país. Esta humillación desvergonzada de un jefe de Estado elegido democráticamente por no someterse totalmente a los dictados de EE UU no tiene precedentes. Es igual de ominosa que la toma de posesión de Trump cinco semanas antes. Ucrania quedará a expensas de toda la brutalidad de la maquinaria de guerra de Putin, del mismo modo que Palestina se queda sola para hacer frente al intento fascista de Netanyahu de borrarla del mapa.
No es la primera vez que una gran potencia imperialista se alía de pronto con un viejo adversario. Recordemos cómo el criminal Richard Nixon se acercó súbitamente a China a comienzos de la década de 1970, logrando un acuerdo que acabó prolongando la guerra de Vietnam durante varios años (Mao redujo la ayuda a Vietnam del Norte para ganarse el favor de EE UU y Nixon utilizó el entendimiento entre ambos para exigir mayores concesiones a Hanoi).
Pero un antecedente todavía más sorprendente fue el pacto Hitler-Stalin de 1939. Puede sonar a exageración, pero después de todo la alianza entre la Alemania fascista y la Rusia estalinista dio luz verde a la segunda guerra mundial, y nadie piensa que ahora sea inminente la tercera guerra mundial, pese a que el riesgo siempre existe. No obstante, vale la pena traer a colación el pacto de 1939, ya que provocó un cambio de la política mundial que tuvo ramificaciones ideológicas cruciales, ya que mucha gente de izquierda lo apoyó en nombre de la oposición al imperialismo occidental, mientras que otras personas lo calificaron de traición a los principios del socialismo.
La alianza actual de EE UU y Putin también tiene profundas ramificaciones ideológicas, como podemos ver en la oposición de sectores de izquierda a la lucha de Ucrania por la autodeterminación, que ahora se encuentran con que su posición la comparten los Republicanos del MAGA, mientras que otros sectores de izquierda buscan un nuevo comienzo revolucionario, opuesto a todas las formas de ocupación y colonialismo, desde Gaza hasta Ucrania.
La traición a Ucrania
La alianza Trump-Putin se forjó con el inicio de conversaciones directas el 18 de febrero entre representantes del imperialismo estadounidense y ruso en Arabia Saudí, una reunión que dejó fuera a los representantes ucranianos y los aliados europeos de EE UU, algunos de los cuales ni siquiera fueron informados de antemano. No fueron negociaciones: Trump se limitó a rubricar prácticamente todos los planteamientos del Kremlin, sin sugerir siquiera alguna concesión de Putin. Los delegados rusos apenas pudieron disimular su asombro y regocijo al ver cómo Trump cedió en todo a coste cero para ellos.
El 24 de febrero, después de la reunión en Arabia Saudí, EE UU votó en contra de una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas que condena la invasión rusa de Ucrania en 2022; fue la primera vez que lo hizo, cerrando filas con Rusia, China, Bielorrusia, Corea del Norte e Israel, así como con otros 13 países alineados con Moscú (93 países votaron a favor, 65 se abstuvieron). Amparándose en la mentira de que fue Ucrania, y no Rusia, la que comenzó la guerra, Trump colocó claramente a EE UU en el bando de Putin. Ningún congresista Republicano dijo ni pío para criticar esa decisión, pese a que muchos de ellos habían despotricado contra Rusia y votado a favor de la ayuda a Ucrania durante años. Muchos Demócratas manifestaron su indignación, pero parecen desorientados sobre qué hacer a continuación. ¿Qué queda de la afirmación de que la clase dominante estadounidense está interesada en ayudar a Ucrania?
Trump insiste en que Ucrania es incapaz de recuperar el 20 % de su territorio que Rusia ha ocupado desde 2014 y 2022, y en que no se destinarán tropas de EE UU a garantizar un alto el fuego que se impondrá en gran medida de acuerdo con los criterios de Rusia. Tampoco quiere que se incorpore a la OTAN, que hasta la fecha ha sido la alianza interimperialista de EE UU con Europa Occidental.
Resulta sumamente revelador que Trump haya exigido que el Estado ucraniano devuelva a EE UU 500.000 millones de dólares (cinco veces el importe de la ayuda militar y económica que recibió del gobierno de Biden) desembolsando el 50 % de las ganancias derivadas de la venta de sus recursos naturales, como minerales, petróleo y gas, así como de las tasas portuarias. Además espera que Ucrania devuelva a EE UU el doble del valor de toda ayuda estadounidense futura (no indica si esto incluiría alguna ayuda militar). Esto supone que deberá pagar un 100 % de interés sobre el importe total de un préstamo. En conjunto, esto implicaría que se transferiría a EE UU un porcentaje mayor del PIB ucraniano que el que exigieron los aliados en forma de reparaciones a la Alemania derrotada tras la primera guerra mundial.
De este modo, lo que quede de Ucrania (Putin reclama la anexión y partes de su territorio que todavía no controla) se convertiría en una colonia económica del imperialismo estadounidense. Si este mal llamado plan de paz avanza, EE UU se beneficiaría a expensas de Ucrania y Rusia podría afianzar la conquista de partes de su territorio y reconstruir su aparato militar mermado (las fuerzas rusas están casi exhaustas debido a las fuertes pérdidas que han sufrido, especialmente de soldados y armamento pesado, como tanques y piezas de artillería) a fin de prepararse de cara al lanzamiento de un nuevo asalto dentro de algunos años.
No es extraño que Zelenski rechazara inicialmente las exigencias de Trump, insistiendo en que toda concesión a EE UU debía conllevar garantías de seguridad que previnieran el derrocamiento del gobierno o la reanudación de la guerra. Está por ver si los países europeos aportarán dichas garantías, puesto que ellos también se han quedado de piedra ante el reciente giro de los acontecimientos y no saben muy bien cómo responder: la mayoría de líderes de los Estados europeos llevan tanto tiempo medrando bajo el paraguas protector de EE UU que no pueden imaginar cómo se puede vivir de otra manera.
Zelenski ha estado sometido a tremendas presiones para que capitule ante las exigencias estadounidenses. El 26 de febrero se anunció una propuesta de acuerdo entre Trump y Zelenski que establecía unas condiciones un poco menos onerosas con respecto al importe que cobraría EE UU de la venta de los recursos naturales ucranianos. Zelenski aceptó a regañadientes, pese a que la propuesta no preveía garantías de seguridad para Ucrania. Trump descartó el envío de tropas de interposición estadounidenses y dijo que esa tarea correspondería a los países europeos, aunque Rusia insiste en que nunca lo aceptará. El 26 de febrero, el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lávrov, calificó cualquier despliegue de tales fuerzas de “palabrería vacía”.
Trump afirmó que la presencia de empresas estadounidenes sobre el terreno en Ucrania para extraer sus recursos minerales “proporcionaría seguridad automáticamente” (Ucrania no tiene actualmente suficiente capacidad para extraer más de una pequeña cantidad de su riqueza mineral). Sin embargo, como ha señalado mucha gente en Ucrania, la presencia de empresas estadounidenses en el este del país no impidió que Putin invadiera y ocupara esa zona. Es más, la mitad o más de los recursos minerales ucranianos se hallan en la parte oriental del país, que actualmente está ocupada por Rusia. Trump sin duda también codicia esos recursos, que Putin le suministrará con mucho gusto mientras Ucrania quede sumamente debilitada y desmilitarizada.
Mientras tanto, los debates entre los países europeos miembros de la OTAN sobre el incremento de la ayuda militar a Ucrania apenas sirven de consuelo. Necesitarían años para suplir la retirada de la ayuda militar de EE UU a Ucrania. Por ejemplo, el ejército británico actual tiene menos piezas de artillería que la que poseía una sola brigada en la década de 1990. Rusia podría darse un respiro y recuperar fuerzas en pocos años (o menos) para reanudar su intento de apropiarse de la totalidad de Ucrania.
Por poner las cosas en su lugar
Las derivaciones ideológicas de la alianza Trump-Putin ya aparecen en la forma en que se normalizan las falsedades de Putin sobre Ucrania, y no solo por parte de Trump. La primera es la afirmación de que fue Ucrania la que desencadenó la guerra al provocar a Rusia reprimiendo a la población rusoparlante del este de Ucrania y expresando su deseo de ingresar en la OTAN. Esto pasa por alto el hecho de que la guerra comenzó realmente en 2014, cuando Rusia invadió el este de Ucrania y la península de Crimea en respuesta a un movimiento de masas democrático en las calles de Kiev que acabó derrocando al presidente prorruso, Víktor Yanukovich. Como ya hizo anteriormente en Osetia del Sur, Abjasia y otros lugares, Putin envió sus tropas (a menudo disfrazadas de residentes) para azuzar sentimientos separatistas.
La respuesta de EE UU y la OTAN en su momento fue tímida: decretó sanciones limitadas a Rusia y poca cosa más. Cuando Rusia lanzó su invasión general en febrero de 2022, EE UU aconsejó al principio a Zelenski que huyera del país porque creyó que no había ninguna posibilidad de parar los pies al ejército ruso. Sin embargo, el pueblo ucraniano sí consiguió detener el avance de las tropas rusas, para asombro tanto de EE UU como de Putin. Solo entonces comenzó a fluir la ayuda militar y económica de EE UU y la OTAN a Ucrania.
Como dije cuando la invasión rusa de 2022, la afirmación de que EE UU y la OTAN deseaban enfrentarse a Rusia y aprovecharon la ocasión que les brindó la invasión rusa es pura invención. Los conflictos interimperialistas suelen basarse en factores económicos, como el impulso a acumular capital a una escala cada vez más amplia a expensas de los rivales. Esto no es aplicable al conflicto entre EE UU y Rusia, puesto que la economía de esta es demasiado débil como para cuestionar la dominación económica de EE UU. En palabras del sociólogo ruso Ilyá Matvéyev, “el peso económico de la Rusia postsoviética ha sido siempre demasiado limitado como para amenazar a los centros de acumulación de capital del Norte global… De hecho, las decisiones del Kremlin de 2014 y 2022 fueron fruto de una visión ideológica específica que exagera las vulnerabilidades de Rusia y reclama una acción militar preventiva según el lema de que el ataque es la mejor defensa. El conflicto de Rusia con Occidente, a diferencia de la rivalidad entre EE UU y China, no se debe tanto a causas estructurales, particularmente económicas, como más bien a percepciones ideológicas (erróneas).”
Esto explica por qué EE UU y la OTAN prestaron a Ucrania apoyo suficiente para parar los pies a Rusia, pero insuficiente para permitirle infligirle una derrota importante. En julio de 2024 escribí: “El hecho de que el conflicto de EE UU con Rusia no está basado estructuralmente en la dinámica de la acumulación de capital global no hace que sea menos peligroso. Pero sí abre la posibilidad de que un cambio del gobierno estadounidense en los próximos meses dé lugar a un acercamiento entre el imperialismo occidental y la Rusia de Putin.” Es lo que ha ocurrido ahora, corroborado por la afirmación de Trump de que Ucrania es responsable del inicio de la guerra.
Putin también afirmó que Zelenski es un dirigente ilegítimo de un régimen repleto de nazis. En realidad, ocupa su cargo por haber sido elegido con más del 70 % de los votos en unos comicios democráticos, mientras que la extrema derecha neofascista (que sin duda existe en Ucrania, como también en casi todos los países europeos y asimismo en EE UU) obtuvo un 2 %. Trump respondió a la objeción de Zelensky a que haya sido excluido de las conversaciones sobre el futuro de Ucrania calificándolo de “dictador” que solo cuenta con el apoyo del 4 % de la población. En realidad, a finales de 2024 contaba con el apoyo de un 52 %, y tras el cambio de política realizado por Trump con respecto a Rusia, este apoyo subió hasta un 63 %. Muchos de sus críticos más prominentes, como Valery Zaluzhny, excomandante en jefe del ejército, quien fue destituido por Zelenski hace un año, dicen ahora que votarán por él una vez termine la guerra (la constitución ucraniana prohibe celebrar elecciones en tiempos de guerra).
Mientras tanto, los intentos de Putin de romper la alianza occidental, un objetivo que persigue desde hace mucho tiempo, ha sido asumido por Trump en la medida en que trata a sus aliados de la OTAN como una coletilla, salvo cuando les incita a elevar el gasto militar con el fin de liberar a EE UU de la responsabilidad sobre la seguridad europea. Los países aliados europeos de EE UU están totalmente desconcertados ante la amenaza de Trump de suspender la ayuda militar a Ucrania y levantar las sanciones a Rusia: se han visto sumidos en un mundo nuevo para el que su mentalidad neoliberal nos los preparó.
Redibujar el mapa político
Lo que estamos viendo ahora es una reconfiguración del mapa político, ya que EE UU está dejando atrás la aspiración ‒que albergó durante décadas‒ a dominar el mundo como única gran potencia tras la bandera de su supuesta defensa de la democracia, para pasar a forjar un frente único de potencias reaccionarias y neofascistas que defienden sus intereses nacionales y regionales. Esto no es aislacionismo, toda vez que tanto Trump como Putin y Xi Jinping no encajan en esta categoría. Se trata más bien del intento de responder a la incapacidad de EE UU de asegurar su predominio exclusivo en el mundo (como se vio en sus derrotas en Irak y Afganistán) mediante la recuperación de una forma de imperialismo territorial anexionista propia del siglo XXI.
Esta nueva política la inauguró Putin con la invasión imperialista de Ucrania en 2014 y 2022, y Trump se ha subido ahora al carro con su amenaza de anexionar Groenlandia, Panamá, Canadá e incluso Gaza, al tiempo que promueve el esfuerzo de Israel de expulsar a toda la población palestina. De ahí que Trump tenga tantas cosas en común con Putin: comparten una visión del mundo similar, en la que hay que descartar hasta la pretensión de que se aplique el derecho y las normas internacionales. Esto no debe infravalorarse como un mero rasgo de su personalidad ni circunscribirse a sus intereses privados (aunque ambas cosas desempeñan un papel importante): son el reflejo de un mundo que se divide gradualmente en bloques de potencias regionales basados en el puro interés nacional. En palabras de Peter McLaren, “Trump y Putin no buscan la paz, sino un pacto. Un trato que legitime la agresión rusa y declare prescindible la soberanía de Ucrania. Un acuerdo que no solo socave la existencia de Ucrania, sino la idea misma de que las naciones pequeñas tienen derecho a existir indpendientemente de la voluntad de los amos imperiales.”
Por supuesto, no son únicamente los asuntos exteriores lo que une a Trump y Putin, al menos de momento (una característica de los neofascistas es que pocas veces llegan a entenderse del todo con sus compinches internacionales). Lo que más les conecta es el desdeño por los avances logrados por las mujeres, la clase trabajadora, las minorías nacionales y las personas LGBTQ en las últimas décadas. La extrema derecha ve en Putin el ejemplo del hombre blanco racista atacando a la democracia, y por eso lo adora. Como declaró Putin hace pocos años, “EE UU sigue recibiendo a más y más inmigrantes, y si no me equivoco la población blanca cristiana ya es minoría… Hemos de preservar [a los cristianos blancos] para que sigan siendo un centro significativo en el mundo.”
Por eso quienes aceptan siquiera mínimamente la narrativa de Trump sobre Ucrania cometen un error grave cuando suponen que puede separarse de alguna manera de sus ataques a la inmigración, a las mujeres, a la clase trabajadora y a la gente de color en EE UU, o separarse de su apoyo inquebrantable al genocidio israelí en Palestina. Un ejemplo es Medea Benjamin, de Code Pink, quien ha escrito un artículo titulado “Trump da una oportunidad a la paz en Ucrania”, en el que afirma: “A ambos lados del Atlántico, la iniciativa de Trump [sobre Ucrania] comporta un cambio de las reglas de juego. Quienes ansiamos que haya paz en Ucrania deberían aplaudir la iniciativa de Trump… Si Trump puede refutar los argumentos políticos que han alimentado tres años de guerra en Ucrania y aplicar compasión y sentido común para poner fin a la guerra, sin duda podrá hacer otro tanto en Oriente Medio.”
Claro que lo que menos motiva a Trump es la compasión y el sentido común en lo que respecta a Ucrania (o a cualquier otro lugar), de ahí que esperar que hará “otro tanto en Oriente Medio” es una invitación a la limpieza étnica y al genocidio. La paz le importa menos todavía que la población ucraniana. Lo que quiere es extraer el máximo de recursos de todos los lugares que pueda mientras construye un frente común con correligionarios del autoritarismo para aplastar lo que queda de las normas e instituciones democráticas.
Por eso Ucrania sigue siendo una piedra de toque de la política mundial. Si Trump y Putin consiguen acabar con su lucha por la autodeterminación, será mucho más difícil que triunfen luchas por la libertad en otras partes del mundo. Esto no implica apoyar a Zelensky o al gobierno actual, que evidentemente persigue un programa neoliberal, como tampoco supone apoyar a la OTAN (a cuya existencia nos hemos opuesto desde siempre). Pero como señaló Trotsky en sus escritos sobre el fascismo, la verdad es concreta, y la verdad concreta es que mantenerse neutrales ante la ocupación y la dominación colonial es convertirse en sus cómplices.
Oleg Shein señala que “mientras Putin sea presidente, y será presidente mientras viva, esta guerra continuará. El motivo está dentro de Rusia: Putin carece de un programa positivo para el país. El conflicto exterior es la base de su poder. Es una manera de consolidar a la élite y gobernar sobre el pueblo. Es posible que la guerra contra Ucrania entre en una fase de enfrentamiento larvado, pero mientras Putin mande en Rusia, la historia del conflicto exterior continuará.”
Solidaridad con Ucrania… y la lucha más amplia
Ucrania se enfrenta a una situación difícil. La guerra sobre el terreno no le ha ido bien durante el último año y es seguro que la cancelación de la ayuda estadounidense agravará el problema. Hasta ahora, la mitad de las armas y de la ayuda la ha recibido de la UE y de una serie de países (como Francia y Polonia), que prometen aumentar su aportación. No está claro cuál será la diferencia, pero lo que no cabe negar es la tenacidad del pueblo ucraniano: a pesar de algunos avance rusos en los últimos seis meses, el invasor ha conquistado mucho menos territorio que lo que predijeron la mayoría de analistas. Zelensky estará sometido a continuas presiones para que acepte una especie de compromiso podrido, pero pese a que la población ucraniana desea la paz desesperadamente, la gran mayoría no quiere lo que llaman “una paz del cementerio” que niegue su derecho a existir como nación y como cultura. Por eso es probable que el combate prosiga, tal vez en forma de guerra de guerrillas, por mucho que las grandes potencias acuerden una paz deshonrosa a sus espaldas.
Esto también encierra sus riesgos: es posible que en Ucrania gane influencia la extrema derecha a medida que la situación se haga cada vez más desesperada. La autora marxista ucraniana Hanna Perekhoda lo plantea de esta manera:
El argumento de que la presencia de la extrema derecha en Ucrania justifica la negativa a enviar armas se basa de una evidente falta de lógica… Existen movimientos de extrema derecha en Francia y Alemania que tienen una influencia infinitamente mayor que la de Ucrania, pero nadie les discutiría su derecho a la autodefensa en caso de agresión… Este argumento es tanto más hipócrita cuanto que muchas de las voces que lo propagan en la izquierda no dudan en apoyar movimientos de resistencia que incluyen elementos que son mucho más problemáticos. ¿Por qué exigir a Ucrania un grado de pureza que no necesita demostrar ninguna otra sociedad cuando tiene que defenderse?
Lo que es innegable es que la guerra, que dura mucho más de diez años, ya ha ayudado a reforzar y normalizar símbolos y discursos nacionalistas que antes eran marginales. Las guerras no hacen que las sociedades sean mejores. Sin embargo, la relación entre el suministro de armas y el refuerzo de la extrema derecha en Ucrania es inversamente proporcional. Las armas enviadas a Ucrania se emplean ante todo para defender a la sociedad en su conjunto frente a un ejercito invasor. La victoria de Ucrania garantiza la existencia misma de un Estado en que la ciudadanía pueda elegir su futuro libre y democráticamente. Y a la inversa, nada refuerza más a los movimientos de extrema derecha u organizaciones terroristas que la ocupación militar y la opresión sistemática que conlleva.
No es el momento de abandonar la solidaridad con Ucrania, sino todo lo contrario: esta es más importante que nunca. No solo es vital para su bien, sino también para el nuestro, a medida que nos veamos cada vez más sometidos a la represión fascista dentro de EE UU, cuyo alcance apenas estamos vislumbrando en estos momentos.
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